Mi primer perro no fue pastor alemán; Titán, fue un rescate de película.

Vivíamos durante mi infancia en Armenia, capital del Departamento del Quindío en el Eje Cafetero en Colombia. Aproximadamente a los 8 años de edad, recibí como regalo de una amiguita del barrio, Mi primer perro de unos 8 o 9 meses de edad, criollo o mestizo como lo quieran llamar, que resultó ser un compañero excepcional de juegos y aventuras. Sería el responsable de mi gran y eterna pasión por los perros.

Mi primer perro. De «Chiqui» a «Titán»

Se llamaba originalmente «Chiqui»; y aunque se rían, quise mejorarle el nombre por uno más sonoro, lleno de «poder y jerarquía». Le nombré «Titán» así a secas, como se trata a los humildes perros de la calle.

Titán. Callejero por derecho propio.

Mi primer perro
Titán, Un «criollo» adoptado, fue mi primer compañero de aventuras.

Operación Rescate «misión especial encubierta»

Tuvimos que rescatarlo en compañía de dos primos cómplices y algunos amigos más, pues después de habérmelo ofrecido regalado, tuve la sorpresa de mi vida al descubrir que lo habían dejado abandonado en la casa totalmente vacía y cerrada.

La infantil curiosidad me llevó a acercarme a la ventana sigilosamente, y cuál fue mi sorpresa cuando el cachorro desde adentro, ladrando, aullando y saltando. El cachorro mostraba su afán por salir de allí. Se sentaba frente a mí y luego se levantaba en sus patas traseras, intentando alcanzar la ventana y rascando el vidrio con sus patitas y entre salto y salto nos dejó ver que estaba solo allí, mientras no dejaba de mover su colita emocionado.

Una vecina solidaria con «Chiqui», asomada en su balcón al frente de la calle, nos dijo que el perrito estaba así desde el día de antier. Dos días completamente solo y posiblemente sin comer o beber agua. No fue difícil tomar la decisión; fuimos rescatarlo.

¿Cómo lo logramos?

Pues bien, este grupo de muchachitos motivados por la injusticia con «Chiqui», fuimos por detrás de la cuadra, por entre matorrales muy espesos y hierbas altas, entre pisos resbaladizos que llevaban al fondo de una quebrada llamada «La Florida».

Subimos hasta llegar a una barda construida con guaduas en la parte inferior del patio en el cual «Chiqui» vivía. Lo llamamos varias veces hasta que lo vimos venir corriendo hasta la parte de abajo del jardín. Escarbábamos desde afuera con las manos o con lo que fuera para hacer un orificio por el cual pudiera escapar (no era muy grande; tenía el tamaño de un Border Collie). De pronto el cachorro empezó a ayudar a escarbar desde adentro como si comprendiera la situación el momento era increíble; rompimos algunas guaduas en la parte inferior y en unos minutos pudo salir.

Es imposible describir su alegría cuando se vio libre. Saltaba, corría, saltaba, se acercaba emocionado y luego se alejaba corriendo para retornar más emocionado aún.

Debo advertir, antes de nada, que en mi casa siempre fue prohibido tener perros por una razón simple: desde muy pequeño tuve asma bronquial.

De una casa vacía a un hogar lleno de amor.

Nos fuimos emocionados hacia mi casa mientras intentábamos atraparlo sin éxito; «Chiqui» jugaba y se divertía con nosotros y no permitía la cercanía, hasta que traje de mi casa a dos cuadras, unos pequeños pedazos de carne en un plato de alguna sopa, con los que claramente pudimos convencerlo de entrar en mi casa.

No era un pastor alemán mi mejor amigo, pero desde ese día se llamó “Titán.

No sé cómo lo logró, pero se quedó a vivir con nosotros; se las ingenió para hacerse querer por mi mama y hacerse parte de la familia siendo muy amigo de mi papá a quien acompañaba todos los días hasta el parque en los límites del barrio al irse a trabajar. Nos acompañó por unos bellos años, convirtiéndose en el guardián de la cuadra; fue un compañero y aliado perfecto en todas las «pilatunas» y travesuras propias de la edad; era la mascota de la “barra” de amigos del barrio, siendo el terror de gamines y ladrones de jardines que eran famosos por aquella época.

«Titán fue un perro extraordinario en muchos sentidos y es quizá por ello que el pastor alemán y su inmensa versatilidad, fue nuestra elección para el resto de nuestras vidas.

Además fue un prolífico reproductor del cual se conoció progenie en dos o tres barrios a la redonda. Un perro inigualable.

Lamentablemente, como sucede de manera absurda cuando gobierna la ignorancia extrema de la intolerancia humana, Titán falleció envenenado, como mueren muchos valientes perros callejeros, resultado doloroso de la gente que no soporta vivir en comunidad irrespetando la elección de quienes sí amamos a estos seres increíbles.